
No los vio cuando entraron al bar porque justo estaba atendiendo otro cliente y la poca luz del lugar no alcanzó para poder observarlos cuando estuvo cerca de ellos.
Intrigada, intenta fijar la mirada para lograr ver más. Los vislumbra en silencio, sin hablar, bebiendo una copa tras otra. Ambos son altos, delgados, vestidos de negro.
Se siente cansada, los pies hinchados, sucia, transpirada, luego de otra larga jornada insípida, de movimientos mecánicos. Se siente fea, vieja, aunque sólo tiene 26 años ya lleva tras de sí un pasado lleno de equivocaciones. Sumida en sus pensamientos, sin querer, un vaso se le resbala y se rompe, cortando su mano. La mirada furiosa del dueño se cruza con sus ojos suplicantes, sabe que el costo del vaso le será descontado a fin de mes. Intenta detener la sangre, en un esfuerzo inútil, nervioso.
Levanta la vista al sentir su presencia y lo ve a su lado. Siente su presencia, su fuerza.
—¿Puedo ayudarte? –su voz suave la conmueve y le hace sentir un frío por la espalda.
Él le toma la mano y nuevamente el contacto helado la paraliza, toma una servilleta y se la envuelve con movimientos rápidos y eficientes. Ella levanta la vista y lo mira al rostro. Ve sus ojos que la miran fijamente. Son negros, profundos, sin expresión y todo se detiene...
Algo extraño la invade... en el último instante de conciencia sabe que ya no hay regreso.
imagen: Eye de Escher
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