02 diciembre 2006

2. Desde las sombras

El hombre continúa su marcha y se interna por callejones húmedos, sus pasos suaves retumban ante la profundidad del silencio. Una noche oscura, sin luna.
Los pasos se alejan y la silueta se desdibuja mientras la vida reptante, crepitante, sinuosa, de insectos y alimañas continúa su miserable existencia.
Es un camino que él conoce, donde no necesita tener conciencia de la ruta recorrida y donde sus pensamientos intensos pueden, acaso, acallar el deseo que fluye con una fuerza poderosa.
Su respiración se agita... se acerca a la cita.
Desde un oscuro rincón, otra figura que proyecta su sombra sobre el pavimento aparece y el exiguo brillo de ambas miradas se entrecruzan en silencio. No se necesitan palabras, se conocen y se necesitan.
El callejón estrecho termina abruptamente en una avenida escasamente iluminada, en donde aún se percibe movimiento.
Los ruidos apagados que provienen de un bar de mala muerte, de la zona del bajo, indican que aún queda gente despierta, quizás intentando distraer su miedo a la soledad. Una carcajada de mujer logra vomitar su sonido estrepitoso en la quietud de la noche.
Ambas figuras entran al bar con movimientos precisos, seguros, se ubican en un sector alejado de la barra, en el fondo, donde se puede obtener una visión total del lugar.
Se acerca una mesera con su minifalda arrugada, su camisa cuelga de un costado. Ojeras profundas y violáceas indican su cansancio y hastío.
—¿Qué se van a servir?
—Buenas noches —responde con voz profunda uno de ellos.
—Disculpe, buenas noches. —La mesera busca establecer contacto visual con el que habla, pero no lo logra, quizás impresionada por el tono de voz, por esa suavidad amenazante pero respetuosa.
—¿Por favor, podrías traernos una botella de ginebra'
Mientras las desgastadas curvas de la mesera se alejan hacia el mostrador los ojos la recorren lentamente, apreciando, destazando, evaluando, cada centímetro, estimando... desestimando.
Una luz tenue ilumina el resto del recinto donde algunos parroquianos dormitan bajo efectos del alcohol.
La mujer sigue riéndose groseramente, de vez en cuando, en un grupo de tres hombres que intentan juguetear con ella y con sus miradas llenas de deseo.
La mesera regresa. Deposita al descuido sobre la mesa los vasos y la botella. Cuando intenta servir las copas una mano la detiene y con un gesto le indica que no lo haga.
—Nos vamos a servir nosotros —responde el que no había hablado hasta ese momento, con una voz áspera como un graznido— gracias.
El contacto con esa piel fría, rara, deja paralizada a la mesera que, confundida, se retira rápidamente en silencio, como con temor...
El transparente líquido se vierte lentamente en cada vaso pequeño y ambos lo beben rápido, en un intento de que el alcohol logre quitarles tanto frío. Un frío que va más allá de lo físico, lo visceral y que está más cerca de la muerte...
Uno de ellos hace una mueca de dolor luego de beber su ginebra.
Su compañero sabe qué se siente, comparten el mismo destino.
—¿Cuántos días te faltan? —sabiendo quizá la respuesta.
—Dos días. Pero no es tanto el dolor sino este frío lo que me atormenta —responde el hombre de voz áspera.
—A mí sólo me queda esta noche —responde su compañero con su voz suave y pausada.
Se miran a los ojos en la certeza de saber cuál es el camino a seguir. Las horas corren lentas mientras ellos continúan bebiendo copa tras copa en silencio.

imagen: Theo Jansen - Strandbeest (bestias de Playa)

1 comentario:

@reneglp dijo...

me es sorprendente la manera con que dibujas las cosas.